05 marzo, 2012

Cuatro de tréboles


El primer rayo desgajó la cangreja y dejó a la deriva a la goleta de velas áuricas que navegaba hacia la costa del sur. Las tormentas eran algo escasas en esos días, la mala suerte nada tuvo que envidiar al infortunio.
El doctor joven de pelo rojo, saltó de la litera, corrió por el pasillo estrecho, subió los tres tramos de escaleras en dos zancadas y salió a cubierta justo para recibir el bofetón de una ola que le lanzó cuatro metros por la borda.
Cuando despertó (o no…) desconocía completamente dónde se encontraba. Era un lugar cálido con aroma a madera dulce, una especie de cabaña en la copa del árbol más extraño que pudiera imaginar, le dolía la cabeza… de ahí el vendaje que le cubría parcialmente el ojo derecho.
Al pie de la cama encontró ropas confeccionadas con un algodón oscuro, una especie de túnica ancha con un estampado geométrico. Se la colocó y salió a la plataforma exterior para casi caer desde unos veinte metros, se sentía mareado.
- No deberías levantarte aún, come algo -La voz le llegó desde lo alto, encaramado a una rama un crío de no más de 10 años, miraba muy concentrado al horizonte con algún tipo de sextante.
- ¿Dónde estoy?
- Eso es lo que intento determinar… Come.
- ¿Cuánto tiempo llevo aquí? -dijo intentando librarse del vendaje que le cubría la cabeza.
- Eso se lo tendrás que preguntar a mi hermana, ella es la que se encarga del tiempo -señaló, sin soltar el sextante, hacia un árbol contiguo conectado por una pasarela colgante de poco más de medio metro de ancho.
- Según tu percepción… ¡tres días! -gritó una voz femenina desde el interior de la cabaña del otro árbol-. ¡Come!
Sobre la mesa baja, en una bandeja de madera había un gran número de pequeños panecillos planos, con todo tipo de ingredientes gratinados, una gran botella redonda con un asa de cuerda que contenía un líquido translúcido de un tono dorado y a su lado un vaso alto y dos pequeños con formas geométricas.
El crío del sextante se relajó un segundo y sonrió abiertamente.
- ¿Ya has averiguado dónde estamos? -preguntó de nuevo mientras cogía otro panecillo.
- Estamos… en el cuatro de tréboles, ¡je je je!
- ¿Cómo? -dijo el doctor con cara de no haber escuchado bien.
- Bueno para ser más exactos estamos en el tercer trébol del cuatro de tréboles, un trébol mas y saltaremos de carta -argumentó la hermana cruzando la pasarela hacia la terraza en la que se encontraba la mesa con comida.
- ¿Qué?… No entiendo eso… ¡No entiendo nada!
Gritando apareció otro niño desde abajo, trepando por el tronco, saltó sobre la mesa gesticulando, chillando, retorciéndose…
- ¡Es una alteración! ¡Alteración! ¡Alteración!
- Lo que quieres decir es que el siguiente salto, la siguiente carta… ¿no es el cinco de tréboles? -dijo el niño que volvió a escrutar el horizonte con aquel sextante.
- ¡No! A lo que me refiero es que este trébol es rojo -El niño, con cara de asombro, señaló al doctor.

Pasó en aquel lugar una semana más o menos, conoció a los viajeros y las circunstancias en las que viajaban, cómo habían llegado allí, cómo vivían, sus costumbres, y comprendió que aquel lugar era mágico.
Esta vez el salto fue hacia atrás, los árboles eran bajos, anchos, de gruesas ramas y estaban bastante alejados entre ellos, las pasarelas tenían una longitud de casi cien metros.
- Esto no tiene sentido, estamos en alguna carta de diamantes, creo que en el dos…
Muy seria y mirando una de las pulseras que colgaba de su muñeca, la muchacha grito para que todos la oyeran:
- ¡Alguien está barajando!
- Y eso hace extremadamente inestables los saltos entre cartas -comentó inmediatamente el pequeño cartógrafo.
En el siguiente salto el doctor regresó a su dimensión, despertó mecido por las olas en la orilla de alguna playa del sur. A lo lejos la goleta partida en dos descansaba sobre las rocas, totalmente fuera del agua.
No le costó mucho llegar hasta ella, entró apartando un trozo del casco astillado. En su camarote, debajo del escritorio descubrió esparcida en el suelo la baraja que le había regalado su padre antes de embarcar, la recogió y ordenó meticulosamente, se dio cuenta que el cuatro de tréboles era rojo…
La guardó en la envoltura original, la precinto y jamás la volvió a abrir, vivió muchos años, siempre la tuvo cerca y antes de morir se la regaló a uno de sus nietos, el único que como él tenía el pelo rojo.

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