17 abril, 2010

As de picas


Quién iba a pensar que aquella carta era un retorno al pasado. La abrí y cayó un naipe. No reparé en la inversión del color hasta el punto y final del escrito.
Tengo motivos para pensar que el as de picas es un corazón herido. Un corazón con una espina clavada. Un corazón ennegrecido. No sufras, ni grites al aire aunque te queme el alma al leer esta carta. Rápidamente entenderás la mirada huidiza y perdida de la hiena. Esa mirada que vive de la muerte. Ya bien sé que me dabas por extinguido, y puede que lo esté, pero qué carajo importa eso si hasta cuando me incorporo del catre y me dispongo a cubrir mis pies con unas zapatillas lo hago con tus ojos en mí clavados. Y cuando escupo lo hago por si esputar por la boca me ayuda a olvidarte. Sí, ya sé que estoy enfermo. Pero dime, ¿piensas que me sirve de algo saberlo?

Estoy muriendo en una habitación de dos metros cuadrados. Y mira tú, me vienes continuamente a la cabeza. Aunque seas lo peor que me haya pasado nunca te imagino inversa, con ojos mansos, cabello espeso en largas negras ondas, y viva, sobretodo viva. ¿Conoces el sabor del regocijo de la derrota en tu alma? Seguro que no. Qué fácil vivir sin nada, querida. Qué bien se lo pasan los idiotas que nada quieren saber de enfermas ánimas. De verdades humanas paradas en el tiempo. De amores que se dieron por caducos. No te iría mal ver un cuerpo muerto como el mío. No te iría mal ver lo que es escasez y derrota, para darte cuenta que la otra cara de la moneda nada tiene que ver con lo que parece. ¿Sabes que hay una cruz porque existe una cara?

Ya ves tú por lo que le da a un loco. Por extender una baraja de póquer en el suelo y estirase encima desnudo, medio muerto y oler las cartas, diferenciar los palos, indagar en los orígenes de cada uno de ellos, buscar simbolismos de color y forma. Y observarlas mientras el pene y otros órganos las rozan. Y he rozado una en la que me he quedado y en ella ando. En el buceo denso de la amalgama de una alma rota. Y mira, parece que he encontrado el mayor de los éxitos. Y es que me he dado cuenta que los corazones son  traseros de mujer y las picas son corazones heridos, podridos. Y ahora mi único objetivo es enrojecer la pica, mi corazón, invertir la baraja. Invertir el color de mi dolor. Tengo al comodín de la verdad de mi parte, y bien sabes que es poderoso. Con la absoluta certeza que me otorga el amor te mando un as de picas de color invertido. Invertido con la tinta de mi sangre. Una sangre impura, obscena, loca y alarmante, a la vez que certera. O sino ¿por qué estás ahora mismo llorando como si acabaras de nacer?
Te quiere siempre.
Timoty. Tu as de picas invertido.
Fue entonces cuando miré en dirección al naipe, y la distancia que iba desde mi cabeza hasta el suelo me parecieron millas. Mi hijo gateo lento hacia aquello en un aura de ensueño. Agarró la carta con su mano torpe e inocente y me miró. Justo en ese instante sentí frío, mucho frío. Caí al suelo a peso, seguramente en una de las diez mejores lipotimias de la historia. Ahora era yo la que patéticamente formaba un escorzo en el suelo. Mi mano se estiró y agarró la carta violentamente dañando a mi hijo. Quería aferrarme al amor para así poderle explicar a él algún día que una pica negra realmente es un corazón rojo con una espina clavada.

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